“El boxeo me permite ayudar a la gente”

“El boxeo me permite ayudar a la gente”

Fue en 1995. Caminaba de regreso a casa cerca de la estación de Temperley, en Buenos Aires, cuando le llamó la atención un bulto que se movía al costado de uno de los vagones abandonados. Esa imagen difusa era, en realidad, un chico de la calle aferrado a una lata de pegamento. No venía de ningún lado, no iba hacia ningún otro. Le habló, lo convenció y lo ayudó.

“Lo llevé al gimnasio, entrenó y años después ganó tres campeonatos argentinos de la Federación Argentina de Box. Por eso digo que no hay persona que no sirva para nada, todo depende de la orientación y de darle el valor que se merece, una oportunidad”, dice Daniel Brítez (50) sobre una de las tantas historias que atesora. Todas están marcadas por una misma lógica: la exclusión, el desamparo, pero también la solidaridad y el deporte como inclusión. O mejor dicho, como salvación.

Cada una de esas vidas vale más que un título del mundo para Daniel, quien desde el silencio sigue adelante desde hace ya nueve años con la Escuela de Boxeo Olímpico “El Decanito”, que funciona en el Club Atlético Posadas y busca, sobre todas las cosas, paliar las necesidades de los más chicos a través del box. Allí no se trata sólo de guantes: los pupilos incorporan toda una filosofía ligada a los valores, además de guiarlos hacia una formación académica. Al final de cuentas, el deporte es apenas una excusa.

El Deportivo visitó el gimnasio y compartió un mano a mano -o mejor dicho, para el caso, varios rounds- con Daniel, a quien el boxeo le brota por las venas pero también las ganas de ayudar: desde hace 32 años utiliza el deporte para mejorar la calidad de vida de los chicos. Y ese sí que es un nocaut.

 Daniel, ¿cómo empezaste en el boxeo?

Yo soy nacido en San Ignacio, pero me fui a Buenos Aires para entrar en la Armada. Cuando me fui, mi hermano, Ramón “Yaguareté” Brítez, se fue conmigo. Y él empezó a boxear y entonces yo también empecé. Hice mis peleas amateurs, pero no me dejaron ser profesional, entonces me puse a estudiar, hice el Profesorado en Educación Física, que no lo terminé; el curso de director técnico nacional en la Federación Argentina de Box, donde me recibí; y también un curso de preparador físico de fútbol. Todo siempre relacionado con el deporte.

“El boxeo me permite ayudar a la gente”

Puro entrenamiento. Brítez junto a uno de los grupos con los que trabaja por las noches. “Tengo turnos con gente grande que quiere entrenar, entonces cobro una cuota y con ese dinero solvento la formación de los más chicos”, explicó Daniel.

“El boxeo me permite ayudar a la gente”

“Yaguareté”, tu hermano, fue uno de los referentes del box misionero…

Empecé a trabajar con él, a entrenarlo. Y aprendí mucho con él. Entonces salió esa chance del título mundial en Londres. Lo entrené durante 45 días, en 2001. Y Ramón ganó por nocaut en el quinto round al inglés Adrian Dobson, el título IBO, el mismo que tiene Mayweather o Tyson. Ese título en Estados Unidos es muy bueno, pero acá en Argentina no se lo reconoce porque lo otorga un organismo inglés.

Tuviste roce con el primer nivel del box internacional…

Sí… Después me tocó entrenar a Marcos Obregón, que ganó el título de la Asociación Internacional de Boxeo en Francia. Y luego a mi prima, Cecilia Rodríguez, que ganó la plata en el Panamericano de Boxeo, en 2005. Entrenó desde cero conmigo y perdió la final por 11-9 con una triple campeona mundial, de Canadá, que tenía 250 peleas. Esos fueron los logros que tuve, pero también el hecho de poder sacar a muchos chicos de la droga, hacerlos estudiar, que se reciban y que hoy sean padres de familia ejemplares. Eso es lo más importante, lo que durante toda la vida me dio y me sigue dando el boxeo.

¿Cómo es ese abordaje?

En Buenos Aires estuve muchísimo tiempo con el boxeo y los pibes de la calle. El interés es ese, sacarlos de la calle, ayudarlos por el tema del bullying, porque también fracasan por eso. Y todo pasa porque el boxeo los hace fuertes como personas, no les enseña a pegar, sino a ser fuertes, firmes más allá de las adversidades. Y eso los ayuda a triunfar, a evitar el fracaso. Fijate que aquí en el gimnasio se resuelven muchos de los problemas con los que vienen cargados los chicos… Y no estamos hablando sólo de los pibes de la calle. Según lo que ellos te cuentan, casi el 90 por ciento son hijos de padres separados, entonces llegan con muchos traumas. Y acá tratamos de enseñarles a resolver muchos de esos problemas.

¿Notás que hay mucho bullying entre los adolescentes?

Hay muchísimo. Los chicos me cuentan. Es tremendo. En los colegios, sobre todo. O hasta en la casa, porque los propios padres les dicen que no sirven para nada. Y esa palabra que sale, no vuelve, hiere y ahí queda. Por eso hay que tener mucho cuidado cuando se le habla a un chico.

¿Y qué hablás con los chicos?

Todos los días es una reunión, una charla con ellos. Me pongo en el papel de padre, les preguntó cómo les fue en el colegio, les digo cómo tienen que comportarse con los padres, les hablo del respeto a los hermanos, a los compañeros, a los profesores. Todo eso, sumado al ejercicio físico, los ayuda a sacarse el estrés. Y ellos se sienten mimados. Es algo que tenés que vivir y sentir para darte cuenta (N. de R.: Daniel se emociona casi hasta las lágrimas).

En la Escuela de Boxeo Olímpico que dirigís intentás incorporar el tema del estudio…¿qué les decís al respecto?

Les digo que, si no estudian, no van a llegar a nada, ni a trabajar atendiendo un kiosco. Siempre trato de inculcarles ese tema e igualmente hago hincapié a la psicopedagoga que trabaja aquí con ellos, para que les exija estudiar. Les digo que, si no lo hacen, no pueden seguir entrenando. Y ellos quieren estar acá, les gusta, me adoran, y eso que yo soy el que les hace correr, transpirar, les llamo la atención… también los elogio cuando hacen las cosas bien, trato de demostrarles con el ejemplo. Y me terminan queriendo un montón. Y vos sabés que funciona. Ellos vienen acá, hacen sus pastelitos y juntan plata para comprarse sus guantes. Muchos de esos chicos estaban en la droga y ahora están estudiando en la Universidad.

¿Te lo agradecen? ¿Cómo?

Sí, ellos me lo agradecen. Nunca se olvidan. Mirá, como ejemplo, te cuento una historia muy linda. En Buenos Aires saqué de debajo del tren a un chico todo pegoteado con Poxiran, pelo largo, barbudo. Lo invité al gimnasio que tenía allá, por que lo vi destruido. Ahí le corté el pelo, lo hice afeitar, lo limpiamos. Era un linyera y terminó ganando tres campeonatos de la Federación Argentina de Box. Por eso digo que no hay persona que no sirva para nada, todo depende de la orientación y de darle el valor que se merece, una oportunidad. Ese chico estaba a punto de hacerse profesional, todos lo mimaban porque era un groso, pero en un momento el padre se suicidó y eso lo golpeó mucho. Entonces lo llevé a una iglesia evangélica, hablé con el pastor y le pedí que lo ayude. Finalmente dejó el boxeo, pero hoy ese chico que rescaté de debajo del tren es pastor, tiene dos nenas, una familia espectacular. Él me contaba que salía a robar para drogarse. Y ahora me dice que Dios me puso en su camino para salvarle la vida. Que te digan eso, ese agradecimiento, no tiene precio.

¿Cómo funciona la Escuela?

La fundé en 2010 y es la primera y única en su tipo en la provincia y en el país, porque trabajo junto a una médica deportóloga, que controla a los chicos en la parte nutricional, para que estén fuertes; y la psicopedagoga, que es para que académicamente no bajen el nivel en el colegio. El objetivo es que los chicos empiecen en la Escuela cuando tienen 12 años, porque el entrenamiento es de cinco años, así culminan con la carrera de box olímpico cuando tienen 17 y nosotros podemos acompañarlos en toda su formación e incentivarlos a que continúen estudiando más allá de la Secundaria.

¿Eso tiene algún costo para los chicos?

No, es gratis para todos. Y aprovecho para invitar a todos los que quieran venir. Trabajo de la siguiente manera: tengo turnos con gente grande que quiere entrenar, entonces a ellos sí les cobro una cuota, así con ese dinero solvento la formación de los más chicos. Nos quedamos tres horas más a la noche para mantener el alquiler del gimnasio, pagar la luz, el agua y la limpieza. Es decir, entrenamos a los grandes para que sea gratis para los chicos.

Sin dudas, es un esfuerzo importante… ¿alguna vez te arrepentiste?

No, nunca, nunca. Es que esto me da mucha satisfacción y quiero seguir ayudando a grandes y chicos. Días atrás, por ejemplo, vino una señora que tiene problemas con el exceso de peso. Y me dijo que no podía pagarme. Le dije que no había problema, que venga igual. Por eso, también quiero invitar a todo aquel que esté enfermo y necesita salud, que venga igual al gimnasio, no importa si no tiene dinero.

¿Qué le decís a la gente que piensa que el boxeo es un deporte violento o “malo”?

El boxeo esconde muchas cosas detrás y la gente por ahí no las entiende. Quizás esa impresión del “boxeo malo” fue la que dejó Mike Tyson, que derribaba de una piña y en un minuto. Pero no es así. El hecho de que vos estés frente a otra persona en un estado de atención constante, ahí vos pones a funcionar tu cuerpo a mil. Y el boxeador tiene que ser muy inteligente, porque si no termina mal, golpeado. Hay miedo, angustia, muchas cosas y mucho de aprendizaje. Pasa acá con los chicos y el bullying: ellos se sienten mal, se deprimen, pero con el boxeo aprenden a superar todos los obstáculos sin violencia, sin tirar una piña….

¿Cómo definís al boxeo?

Para mí, el boxeo es un estilo de vida, una filosofía que mucha gente no entiende, pero que yo siento desde lo más íntimo. Creo que no tengo palabras para explicarlo porque es un sentimiento muy profundo. El boxeo me permite ayudar a la gente y eso, para mí, es la satisfacción más grande que puede existir sobre la tierra. Es una herramienta muy grande para ayudar a chicos y a grandes. A todos.

Fuente: Primera Edición.

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