Cuando la pelota es mucho más que un deporte

No hay comodidades, pero en el club San Lorenzo del barrio Yacyretá, en Posadas, se las ingenian para contener a un centenar de chicos a través del fútbol.Cuando la pelota es mucho más que un deporte

Lautaro no comprende aún del esfuerzo de sus padres. De la satisfacción que representa para ellos verlo correr detrás de una pelota. No entiende lo feliz que puede hacer con tan poco a su madre, que desde el otro lado del tejido de alambres se llena de orgullo mientras ceba un mate y cuenta, ya en confianza, la promesa que todas las noches su hijo le hace antes de dormir: “Mami, cuando juegue en Barcelona me voy a poner una remera con tu foto y te voy a saludar por la tele”.

Lautaro tiene 11 años y otros tres hermanos. Karina, su madre, la del mate, tiene 40 y es ama de casa. Su esposo, albañil, aún no volvió de la obra.

 
“Para mí verlo jugar es un orgullo. Nosotros vamos a hacer todo lo que podamos para que él pueda cumplir sus sueños. No importa si llega o no al Barcelona o adonde sea, acá se llenó de amiguitos. Y el deporte lo aleja de las cosas malas que se ven en la calle”, se sincera Karina.
 
La tarde de miércoles cae en la cancha del barrio Yacyretá, tradicional escenario de millares de torneos de barrio durante sábados y domingos. Pero entre semana, el escenario es otro. El colchón de tierra roja es copado por medio centenar de chicos que asisten a la escuelita de fútbol del Club San Lorenzo de San Cayetano. Allí no hay comodidades: el club no tiene aún sede física. Pero sobran las ganas de ayudar y contener. Acá los únicos privilegiados son los niños.
 
Lo que falta en San Lorenzo, lo suplen los profesores y los propios padres de los minifutbolistas. Como las pelotas, la ropa o los viajes para jugar los partidos en las inferiores de la Liga Posadeña. No sobra nada. Pero se las arreglan, por ejemplo, para poner a punto un merendero después de los entrenamientos. Esa es la principal razón por la que muchos de los chicos asisten, para no irse a dormir con el estómago vacío, confiesan los propios integrantes a De Primera, que llegó hasta Yacyretá para conocer a fondo al San Lorenzo posadeño.
 
La mejor gambeta
Karina mira atenta. Lautaro encara y elude. Pero después la pierde con Emanuel, que tiene 10 años y seis hermanos. Marisa (46), la mamá de Ema, es empleada doméstica y para la olla junto con Juan, su marido, que trabaja como portero en una escuela. “Él viene hace dos años y, como es gratuito, a la gente humilde le conviene, porque las cuotas de los otros clubes están muy caras”, alcanza a decir antes de dominar nuevamente a Derek, que tiene 5 y está ansioso por tener la edad para entrenar en San Lorenzo. “Es una emoción verlo contento. Quiero darle la niñez que yo no tuve. Para mí, que pueda jugar al fútbol es un orgullo”, se sincera la mujer.
 
En general, las historias son más o menos parecidas. Gente sencilla que vive el día a día. A la que no le sobra nada. Esas historias convergen en el club San Lorenzo, que nació hace poco más de cuatro años mediante la iniciativa de los propios vecinos del barrio Yacyretá para que los chicos tuvieran un lugar donde jugar al fútbol y aprendieran a gambetear al rival más difícil, que está afuera de las canchas. Las drogas, el alcohol, la delincuencia precoz, esos son los rivales a los que se enfrentan los chicos de San Lorenzo semana tras semana.
 
“Ya hace más de cuatro años que estamos trabajando con los chicos. Y el objetivo siempre es el mismo: aparte de la competencia, queremos darle una alegría y sacarlos de muchas cosas dañinas que hay en la calle. Queremos darles una mano, porque en los barrios se ven muchas cosas que no son buenas”, le dice a De Primera Juan Villalba, entrenador de la categoría 2003. “En todos lados hay alcohol o drogas. Y los que consumen son cada vez más chicos”, cuenta con tristeza el “profe”.
 
Villalba es protagonista de una historia que merece ser contada. Tiene 39 años y nunca llegó a jugar en Primera. Su máximo logro fue la reserva del ya extinto Ciclón Misionero. En sus ojos se revela el cansancio de todo un día de trabajo. Finalmente, después de mucho insistir, cuenta que arrancó a las 7.30 y siguió “de largo” hasta las 17.30 en la obra. 
 
Como alguna vez dijo una publicidad, Juan es un futbolista que trabaja de otra cosa. Sin embargo, pese a las largas horas en la construcción, reconoce que jamás se imaginó sin los pibes de San Lorenzo. “Nunca se me pasó por la cabeza dejar el club”, admite. Y las emociones lo quiebran. “Me emociono porque este es un club de barrio y hacemos todo a pulmón. Los fines de semana ponemos de nuestros bolsillos para que los chicos jueguen. Pero ellos son felices y esa es nuestra paga”, cuenta. 
 
Y eso es lo único que recibe a cambio de estar ahí toda la semana. “No ganamos nada, lo hacemos porque nos gusta el fútbol y queremos que los chicos crezcan felices y sanos. La mejor paga es la alegría de los chicos, verlos entrenar con una sonrisa”, cierra Villalba. Cualquier otra palabra está de más.
 
Fútbol y algo más
Actualmente San Lorenzo de San Cayetano -como gustan de decir sus integrantes, así, con el nombre completo- compite en cuatro categorías en los torneos infantiles. “Tenemos de la categoría 2002 a la 2005, pero estamos iniciando las inscripciones en otras divisionales para darle la oportunidad a todos los chicos del barrio de jugar un campeonato de liga”, explica Héctor “Canita” Martínez, reconocido jugador del fútbol misionero, que actualmente está a cargo de la coordinación del club y de la categoría 2005.
 
“Canita” creció en el barrio Yacyretá y sabe de los peligros de la calle. “A todos nos tocó estar y salir de esta cancha. El fútbol es una contención muy importante. Es difícil pero no imposible”, dice Martínez, que no se olvida del profesor Javier Maslof, pionero del barrio: “el profe hizo un gran trabajo que después se perdió, pero ahora volvimos con las mismas fuerzas para recuperar el terreno perdido”.
 
Mayoría de chicos del barrio Yacyretá, pero también de aledaños como San Gerardo, son los que confluyen todas las tardecitas en la cancha de tierra. “Son todos chicos humildes y para nosotros acá son todos iguales”, admite “Canita”, que sabe de las privaciones de la vida en el barrio. Por eso se enorgullece en contar que próximamente San Lorenzo reactivará el merendero, que como hasta hace poco funcionaba después de los entrenamientos. “Estamos buscando apoyo para cerrar ese proyecto”, afirma.
 
“Queremos reactivarlo porque ya lo teníamos hasta hace poco, pero por falta de fondos se tuvo que cerrar. Ahí colaboramos entre todos y nos ayuda a que los chicos terminen de entrenar y se tomen un mate cocido con una galleta”, agrega Juan, el futbolista que trabaja de albañil, que no esconde la dura realidad de muchos de esos chicos: “Sabemos que muchos de ellos vienen porque en la casa no tienen para comer, entonces por lo menos con esa merienda se van a dormir con la panza llena”.
 
Dura realidad. La noche cae en Yacyretá y los pibes siguen corriendo detrás de la pelota. Allá en las sombras, camino a la parroquia, se vislumbra la sombra de Martín. Tiene 34 años, cuenta que hace un mes se quedó sin trabajo en la obra y ahora sobrevive de changas. “Estoy esperando ofertas”, dice, sin perder el ánimo. Aquiles, su hijo, tiene 6 años y le pega al arco con furia. “Es una emoción verlo feliz. Yo ni pensaba ser padre, pero ahora lo veo acá y me explota el corazón. Mientras pueda, lo voy a traer”, dice, con el orgullo a flor de piel. Eso es San Lorenzo. La pasión por el fútbol, más allá de todo.
Fuente: Primera Edición.

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