Algo de humor: El temido césped del Guacurarí

chumbiEl sorprendente ascenso de Crucero del Norte a Primera División generó a los equipos de la categoría el desafío de jugar en el complicado césped del estadio Comandante Andrés Guacurarí, un compuesto de diferentes especies de matas selváticas brasileñas que pueden alcanzar una altura de hasta 1,80 metro, y que cobija un rico ecosistema con más de 38 especies de mosquitos, 12 tipos de arácnidos, además de ciempiés, sanguijuelas, sapos cancioneros, algunas boas constrictoras, y una notable variedad de aves, mariposas y luciérnagas.
Este es el meticuloso recuento es sin embargo provisorio “ya que constantemente encontramos nuevas y sorprendentes especies bajo y sobre la gramilla”, explica el zoólogo argentino-paraguayo Yaguareté González Estigarribia, quien desde hace años se dedica a investigar el increíble reservorio de vida silvestre de ese campo de juego misionero.

El científico, sin embargo, ve con preocupación que un uso intensivo del campo de juego pueda acabar con buena parte de la biodiversidad del rectángulo. En ese sentido señala las declaraciones de los jugadores de Tigre, luego del partido debut en el exuberante campo de Crucero, quienes no sólo se quejaron de la altura del césped (35 cm), sino también de que pisaban “cosas” extrañas.

“Sentí como que aplasté algo gelatinoso, pero no pude ver de que se trataba porque el césped estaba muy alto. Simplemente me alejé de ese lugar”, afirmó un defensor del Matador, que, impulsado por la impresión del incidente, se vio obligado a violentar los estrictos códigos de la disciplina táctica.

Para González Estigarribia no hay dudas: el jugador seguramente trituró con sus tapones un raro ejemplar de “babosa gigante de los trópicos”, detrás de cuyo rastro pegajoso está desde hace dos años (*). De todos modos, como estos especímenes siempre andan de a tres (extraño comportamiento que la ciencia aún no pudo explicar), tiene esperanzas de dar con las dos restantes.

Pero no es el único problema que enfrenta el experto para mantener intacto el bioma desarrollado en la cancha misionera, ya que las autoridades del club decidieron procurarse fondos aprovechando la fertilidad de su cancha (concretamente las dos áreas grandes), para desarrollar plantíos orgánicos de lechuga mantecosa. Hasta el momento la frontera de la hortaliza no se desplazó desde esos sectores del campo, pero podría ocurrir en cualquier momento.

“Es como el incontenible desplazamiento de la frontera sojera sobre los bosques autóctonos”, explicó con preocupación el prestigioso biólogo, ternado como Científico del Año 2015 para los premios que anualmente entrega la Panadería La Miga, de Posadas.

Lo cierto es que estas características atípicas del “césped” de Crucero del Norte llevaron a los jugadores de Tigre a considerar “raro” y “quitapiernas” al entramado verde del Colectivero. De hecho, es una de las armas con la que cuenta el equipo para debilitar y complicar a los rivales que lo visitan junto, a las dimensiones variables del terreno actualmente de 110 por 75 metros (el más extenso de la categoría).

“Si es necesario podemos llevarlo a 140 por 95, estirarlo tipo fideo y hacerlo de 170 por 55 o dejarlo perfectamente cuadrado 90 por 90… todo depende de lo que planifique el técnico para cada partido”, explicó uno de los responsables del corrimiento mecánico de las tribunas (laterales y cabeceras) del estadio, que están montadas sobre un complicado sistema subterráneo de engranajes y rieles que permite su movilidad. Este ingenio oculto, diseñado por los mecánicos de la empresa Crucero del Norte, constituye la principal razón de la increíble elasticidad del terreno de juego.

“El objetivo es los equipos rivales realicen el reconocimiento de terreno hoy, y mañana se encuentren con que toda la geografía cambió por completo”, afirmó el encargado de la sala de maquinas.
En la jungla del fútbol, cualquier recurso es válido para la supervivencia.

(*) Los primitivos colonos portugueses de Brasil adoptaron a la babosa gigante como mascota, debido a su mansedumbre, fidelidad y ternura, pero no fue hasta mediados del siglo XIX cuando, impelidos por una hambruna, advirtieron que estos moluscos de hasta medio kilo de peso eran tan nutritivos como deliciosos (tienen un sabor similar a la salchicha tipo Frankfurt). Comenzaron a ingerirlas regularmente en forma de superpanchos (salsas y condimentos a elección, y lluvia de papas), hasta llevarlos a la extinción.

Fuente: Luis Heredia, Mundo D.

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