«Lo que se aprende de niño no se olvida»

"Lo que se aprende de niño no se olvida"

Facundo Briñóccoli, último campeón en aguas abiertas, uno de los participantes en la prueba de El Brete (Foto El Territorio)

Estrategia: Nadar como dice la canción “des-pa-ci-to”. Que no me agarre calambre a esta altura del partido y disfrutar. Ya con eso la misión estaba cumplida. Desde chica no era de las ganadoras de la prueba, era de las que metía podio en mi categoría entre alguna obereña grandota y con eso ya estaba como perro con dos colas, porque yo sólo quería nadar.
Me gustaba la previa, el número con marcador en el brazo, hacer el calentamiento, ponerme la gorra, aquella bendita gorra de látex sin intoxicarme con la cantidad de talco que le ponía. Es que de pasar a tener la de tela a la de látex que tanto había querido, tenía un cuidado previo, porque todo valía sacrificio en casa y había que empolvarla para que no se pegue y dure más, y con eso ya me sentía Damián Blaum antes de una fecha del circuito mundial.

Ya en el punto de partida, era como Dory en Buscando a Nemo, bajo el lema ‘nadaremos, nadaremos’ (los que vieron la película entenderán) con una sonrisa de oreja a oreja y la adrenalina subiendo hasta que dieran la largada y tipo cardúmen salíamos… Uno ya no sabía si el brazo que estaba moviendo salía del cuerpo de uno o estaba agarrando el de al lado, patada tipo Crismanich en la final por el oro en Londres también se recibía (y se devolvía la gentileza) y alguna pala de algún bote parecía que iba a sacarte tipo cuchara en la sopa de algún plato hasta que un ‘Roxi acá, acá’ me parecía familiar y mis guías aparecían como ángeles guardianes. Ahí ya me volvía el alma al cuerpo y sólo quedaba nadar, eso que siempre me gustó, porque es un momento íntimo en el que uno se habla a sí mismo, se da fuerza y se anima, porque la realidad es que nunca se escucha bien a los guías entre brazada y brazada; y tampoco hacía mucho caso que digamos…
Si me cansaba nadaba pecho y mis guías me ofrecían agua pero como me daba miedo a que me descalificaran si tocaba el bote, no lo hacía, cosa de gurisada (¡nadie iba a descalificar a los que no entrabamos en la pelea!) y llegaba con sed como de haber caminado tres días en el Sahara. Con un papá competitivo pocas veces (exactamente dos en muchos años) pudimos congeniar en lo que él pretendía y yo podía, así que una vez salió un ‘y bueno, vení a nadar vos’ que terminó en separación de bote y se pasó al ‘team’ de mi hermana Ale y hubo bandera blanca."Lo que se aprende de niño no se olvida"
Desde ahí, siempre iba con Miguel, un vecino que entendía que yo sólo quería llegar sin pasarme, así que nadaba tranquila, y creo que hasta podía correr al mismo tiempo, de lo cerca que veníamos de la costa… Así eran esos años de infancia plena, de que en la llegada estaban los abuelos, padres, tíos y primos, poco importaba si uno estaba o no en el podio, todos estaban fecha a fecha como si con mis hermanas fuéramos campeonas mundiales y no tardaban en llegar los besos y abrazos, festejando sólo el esfuerzo, y creo firmemente que así debe ser. Pocos serán los abuelos, padres, tíos o primos de campeones pero muchos alegrarán los días del pelotón del medio, y de atrás, que se animó a meter la cabeza en esa bendita agua revoltosa con tierra que genera intriga y magia.

Siempre la meta fue llegar
Fueron años de nado en el placer del anonimato sin presión alguna porque, claro, no salíamos en la foto de portada, y a mí me bastaba ser parte del equipo los Colella, del club del Ejército, me sentía feliz de que ganaran, sabía que la atención estaba entre ellos…Creo que lo primero que preguntaba al llegar era cómo les había ido, lo segundo mi tiempo, me importaba, digamos, ganarme en cada prueba y llegar, la meta siempre fue llegar, como esta vez. Ah, si es que me olvidaba de contar que ayer nadé y la sensación de todo lo que conté antes la volví a sentir, estaba ahí, intacta."Lo que se aprende de niño no se olvida"
De nuevo el número con el marcador, dar abrazos a las caras conocidas y disfrutar de cada detalle, de cada brazada y ver la llegada como algo simbólico. “Lo que se aprende de chico no se olvida nunca más, por eso hay que enseñar cosas buenas”, me lo repitió una y otra vez en la previa la Negrita Juañuk y le doy la derecha.

Fuente: Roxana Ramírez
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