La alcancía estaba ahí, expectante de que Fabricio comenzara a llenarla de a poquito. El niño, inquieto, tenía el objetivo en la mira: ahorrar para comprarse los pasajes a Buenos Aires con el fin de probar suerte en el fútbol grande; entonces, cada pesito que lograba reunir iba a parar dentro de su cofre, de no ser que se produzca una tentación más fuerte, producto de la edad: jugar a la bolita. Y allí había que empezar de nuevo, porque los pequeños ahorros que tenían proyección se esfumaban como pan caliente.
Hoy Fabricio Alvarenga recuerda con una tímida sonrisa esa anécdota. Se le dibuja una mueca de nostalgia, pero lo complementa con la seguridad de sus actos, esos que lo llevaron a este presente en la primera división de Vélez, club en el que se afianza cada día a pesar de que su DNI dice que recién tiene 20 años.
Oriundo de Garuhapé, pasó de jugar la Liga de Puerto Rico al ascenso de Buenos Aires y casi sin darse cuenta subió escalones con el vértigo que suele otorgarle a sus movimientos en la cancha. Así, se ganó un lugar en el club de Liniers. Fue Miguel Russo quien le puso la lupa en cuarta división y lo llevó a una gira por Colombia a mediados de 2015.
Al regreso sucedió lo más fuerte: concentró para el primer partido con Tigre, ocasión en que ingresó en el complemento, dio una asistencia para un gol y originó la jugada del penal que derivó en el empate.
“Era suplente en cuarta, se lesionó un pibe y me tocó jugar a mí y tuve la suerte de que Miguel (Russo) le dice al DT (Guillermo) Moriggi: ‘Jugame con el equipo de cuarta, como está’”.
Fabricio respondió con creces: “Tuve dos o tres partidos en reserva, el tercero le hago un gol a Racing y fue como que le convencí al cuerpo técnico. Y desde ahí no bajé más. Era reloco, de un día para otro… Lo mío fue dos o tres partidos en reserva y debuto en Primera. Después me tocó jugar el segundo partido, con Rosario Central, en esa cancha, una de las mejores que jugué hasta ahora. Es muy fuerte, explotaba ese día, una locura…”.
Tantas cosas en tan poco tiempo fueron difíciles de digerir, cuestiones lógicas de la edad: “Sentí el cambio, pero al pasar los partidos la gente empezaba a hablar de uno, sumé un par de puntos ahí. Después Miguel me dio confianza”.
Arrancó en Garuhapé con los colores de Atlético -previo paso por Mandiyú-, flamante campeón de la Liga de Puerto Rico. Cerca de los 16 “le dije a mi vieja que me quería ir a Buenos Aires”, pero “no quería”; hasta que un misionero (Pedro Galeano) que está radicado en Buenos Aires lo vio y lo ubicó en Sportivo Italiano. Allí jugó todo un año con otra ficha, mientras esperaba el pase desde Misiones que nunca llegaba. “Sacaba diferencia con los pibes, por la potencia, velocidad, eso le gustaba a los dirigentes pero nunca llegué a entrenar con el plantel (de Primera)”. Sin embargo, un compañero que quedó libre en Vélez y se fue a Italiano ofició de nexo para que lo observasen desde el club fortinero. “Por favor”, suplicó Fabricio. Es que en Italiano además de entrenar, debía compensar el alojamiento con trabajo en el club en su rato libre. De esta manera, a la mañana iba a trabajar en la utilería y en todas las tareas que necesitaban, almorzaba en el club y a la tarde entrenaba. “La pasé muy mal” -recordó- porque el coordinador les llevaba jamón y queso y un par de panes y “nos teníamos que arreglar entre ocho o nueve, y se mataban los pibes”. Así pasó “un montón de cosas, muy duro”.
Los emisarios de Vélez se movieron rápido. Acordaron con Fabricio que entrene martes y jueves con las inferiores, mientras que los demás días de la semana seguía ligado a Italiano. “Me preguntaban -de Italiano- por qué faltaba y siempre le inventaba un par de versos, seguía practicando y nadie me decía nada de Vélez”.
Hasta que se dio un amistoso entre Vélez e Italiano con Fabricio como actor principal. ¿Que hacía?, fue el planteo. Obviamente, jugó para Italiano los tres partidos y en dos convirtió. La gestión de Vélez chocó con las pretensiones de Italiano. “No podemos pagar esa plata”, le dijeron a Fabricio. Allí se encendió la lamparita: “Yo no soy de Italiano. Mi pase está en Garuhapé”. Y con el camino allanado, Vélez firmó un convenio con Atlético Garuhapé y el mediocampista recaló en Liniers en 2012.
Jugaba de delantero en Italiano, “la peleaba allá arriba, nunca laburé el ida y vuelta”. Y cuando llegó a Vélez, “jugaban de otra manera, me costaba tirar diagonales, asociarme. Me adapté, cambia el técnico y Guillermo Moriggi me dice: ‘no sos punta, te falta gol, te voy a poner de volante’. Empecé a jugar en ese puesto y me acostumbré, pero ya de grande, -quinta, cuarta- y hasta ahora rendí”.
Fabricio regresa a su mundo de la infancia. Se nutre de él, lo rescata como ese tesoro que sólo los niños saben dónde lo tienen guardado y se suelta, a gusto. “Me acuerdo cuando era chiquito en el barrio, siempre temprano, seis de la mañana o siete, me iba a correr para el lado de San Miguel (cerca de Garuhapé). Siempre corría y los que me cruzaban me decían ‘vos no te cansás de correr’. Y ‘no, es lo que me gusta hacer’ -le respondía-. Y decía, ‘algún día me voy a jugar a Buenos Aires’”.
“La plata que conseguía, no sé, 2 pesos o lo que me daba mi abuela, lo juntaba. En mi barrio me quieren todos por la mentalidad que tenía de chico. Salía con la carretilla y le cargaba leña a los vecinos, había un aserradero al lado de mi casa y me tiraban plata, 5 ó 10 pesos, y al final terminaba comprando bolitas y gastaba todo. Había un chabón que me tiraba 20 pesos, era el que más me daba. Pero esas cosas te marcan para toda la vida”.
Ya en la cuarta división velezana se ponía mal, “porque no jugaba, decía qué voy a hacer. Le pedía por ahí plata a Galeano, salía de entrenar o salía a pedir laburo porque quería tener mi plata”.
Así, llegó a repartir volantes para la carnicería de un amigo que le dejaba 300 pesos por semana, “que servían”.
Después consiguió trabajo en una fábrica de repuestos sanitarios. “Salía de entrenar al mediodía. Almorzaba y a las 2 de la tarde entraba al laburo; quería hacer buena letra, salía a las 9 de la noche y me daban 700 pesos”. Sin embargo “llegaba recansado a entrenar y se notaba cuando jugaba, me veían cansado y nunca les quise decir”. Hasta que recibió el reto de los médicos y kinesiólogos, y el club le comenzó a dar un viático, “pero necesitaba la plata”, se justificó.
También llegó a jugar partidos por plata cuando estaba en Vélez, debido a que “necesitaba ritmo además del dinero; era ‘a matar o morir’. Jugábamos y nos daban 1.200 pesos a cada uno. Nadie entendía pero no le quería pedir a nadie”.
Moriggi, el DT, le dijo que se “ponga las pilas”, que tenga confianza, y fue así. “Me puse las pilas, me dieron el viático y después me tocó esto”, en referencia al presente.
“Comparado al torneo pasado, donde nos daban de todos lados, este torneo, muy bien. La gente. contenta; el presidente, aliento y consejos. Nos felicitaban por el torneo. Ahora con Cristian (Bassedas, el DT) mejoramos muchísimo, la mayoría de los pibes tuvimos continuidad y a la mayoría les fue bien”, explicó sobre el primer semestre del año.
“Esperemos volver con todo, con mente positiva para pelear algo y clasificar a alguna copa. Está la Copa Argentina. Antes de las vacaciones Cristian nos dijo que era la oportunidad de pelear… a no bajar los brazos y pelear algo por el club”, resaltó el misionero.
¿Te sacaste la mochila y estás para afianzarte?
El tema de confianza está en cada uno, cuando arrancás te cuesta mucho. Ahora me voy soltando y esperemos que en este torneo nos vaya bien. Pero siempre tratar de jugar y con los consejos de los grandes que te hacen bien, te motivan.
¿Un objetivo a corto plazo?
De chiquito quería venir a Buenos Aires, y lo cumplí. Ahora mi meta es jugar afuera, vamos a darle con todo, tarde o temprano lo vamos a lograr. Cuestión de fe y confianza, ahora la meta es ser un buen proyecto, ayudar a mi familia y el día de mañana poder vivir tranquilo.
Los recuerdos que lo marcaron
El reto de Somoza. En una ocasión se bajoneó y Leonardo Somoza lo llevó aparte: “¿Te pasa algo?”; “Nada”, dijo Fabricio. “Tengo partidos buenos y malos y eso me bajonea, no me suelto del todo”. “Pero sos boludo, 20 años tenés. Sabés todos los pibes que quieren llegar al plantel. Por algo llegaste acá, por la confianza del técnico, siempre pedimos por vos. Tenés que estar tranquilo, recién a los 25 años te asentás en Primera, vos tenés 20 años”, lo retó Somoza.
“Esa charla te da muchas fuerzas”, reflexionó Fabricio.
Esfuerzo familiar
Mamá Adela es empleada municipal, a su papá no lo llegó a conocer y además -por parte de mamá- tiene dos hermanos más. En casa del barrio Günter no faltó pero tampoco sobró. “Era ahí”, recordó Fabricio.
La primera vez que debía regresar a Buenos Aires “mi vieja se ponía mal y no entendía por qué. Me decía que no sabía si llegaba con el pasaje para el regreso, eso es lo que más me golpeaba. O mi abuela quería hacer de todo para que me vuelva a ir, porque allá me arreglaba como podía; aparte esta persona (Galeano) me ayudaba mucho. Él llevó a varios chicos del interior a la pensión y dijo: ‘uno de ustedes me tiene que salir jugador de fútbol’”.
Fuente: Gilberto Pérez, El Territorio.
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