Que la presión del público puede influir, que el mejor o peor estado del campo de juego también. Pero en definitiva, son los protagonistas, dentro de la cancha, los que hacen que un equipo gane o pierda.
No caben dudas de que Maradona es verborrágico por demás. Dice lo que piensa, cosa que está bien, pero a veces dice sin pensar, cosas que está mal.
El técnico de la selección argentina dijo que el estadio Monumental no proporcionaba ese «calor» que necesitan los jugadores. El famoso jugador número 12. Se quejó también del césped de la cancha de River. En contrapartida, no fue lo suficientemente autocrítico para con su línea de juego.
Pensó que la decisión de jugar en Rosario, sede del Mundial, sería diferente. Que el apoyo de la gente sería más tangible. Y quizás lo fue. Al igual que el hermoso billar que dejó evidenciar el pasto del Gigante de Arroyito.
Sin embargo, faltó lo que viene faltando desde hace tiempo: el fútbol. Nada menos. Aquello que permite generar juego, llegar al arco de enfrente, lastimar, convertir. En fin, ilusionar.
Llegó el momento de recapacitar. Mirar para el interior. Reconocer aspectos negativos propios y tratar de fortalecer aquellos positivos, que indudablemente debe tener en la retina el «10».
Nadie se imaginaba quedar fuera del Mundial hace una semana. Tampoco debiera hacerlo ahora. Pero la realidad y, fundamentalmente, el pobre nivel de juego, comienzan a abrigar a más de uno. Por suerte, aún hay tiempo y materia prima como para revertir este pálido presente…
Publicado por Gustavo Hollmann en su blog Deporte y Critica.
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